«En la casa todo se magnifica», recuerdo que dijeron en la primera edición de Gran Hermano. También que se trataba de un experimento sociológico, ejem. Veintidós años después lo compruebo en mis carnes tras una semana de trabacaciones en Cantabria. Y es que el curso de Traducción Médica que organiza Fernando Navarro en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) en Santander cada verano es una experiencia intensa que hay que vivir. Y este año más aún, puesto que se trataba del décimo aniversario.
Veintitrés alumnas de distintas partes del globo —España, Latinoamérica y hasta Estados Unidos— con perfiles muy distintos (traductoras médicas, alumnas de grado y de máster en TeI, técnicas en emergencias sanitarias, bioquímicas, pediatras, traductoras de patentes, traductoras veterinarias, etc.) han disfrutado de treinta horas lectivas y actividades de todo tipo concentradas en una semana.
Este año ha habido talleres sobre trucos y metáforas del lenguaje médico, que impartía el mismísimo Fernando Navarro; sesiones prácticas de inglés médico y variedades del inglés bajo la batuta de la encantadora Jennifer Salmon; talleres sobre interpretación médica y mediación intercultural en reproducción asistida de la incombustible Carolina Lleó; clases magistrales y teatralizadas sobre medicina con el sabio Enrique Saldaña, y talleres sobre la traducción del lenguaje soez y la sexualidad, que tuve el placer de impartir yo.


La verdad es que ante semejantes eminencias y todo tan especializado, tuve mis reservas a la hora de aceptar, sobre todo la primera vez que impartí estas sesiones en 2016, pero en realidad todo está relacionado y los temas que traía encajaban muy bien con las dramatizaciones en consulta que preparó Carolina Lleó o los roleplays de Jennifer Salmon. De hecho, algunos de los contenidos de mis sesiones constan en el Libro rojo de Cosnautas por su intríngulis (¿qué NO sale en el Libro rojo, por otro lado?). También fue de gran ayuda que el grupo participara con un interés genuino, poniendo toda la carne —y las carnes— en el asador, sin tapujos ni desinhibiciones.
Pero volvamos a lo de que todo se magnifica. El curso de Navarro es tan humano, además de educativo y profesional, que siempre consigue unir a las personas, vengan de donde vengan o independientemente del momento vital en que se encuentren. Se crean tales vínculos y sensación de pertenencia que es inevitable sentir el dolor de la separación al final.
Porque, como decía antes, ha habido actividades de todo tipo para fortalecer este vínculo y que nadie se quedara solo. El domingo 14 tuvimos almuerzo en casa de Fernando para que nos conociéramos los profesores y ese mismo día hubo una cena en la residencia para las alumnas que acababan de llegar a Santander. El lunes se organizó una excursión hasta el faro y el martes tuvimos la gran suerte de visitar las neocuevas de Altamira (qué de curiosidades para un ávido grupo de traductoras). El miércoles, tras un paseo en el que algunas valientes degustaron los deliciosos —a la par que enormes— helados de Regma, disfrutamos de una cena de confraternidad con antiguas alumnas del curso de verano en las caballerizas de La Magdalena. El jueves estuvimos en la exposición virtual de Vincent van Gogh y luego nos fuimos al Palacio de la Magdalena para la cena de despedida. Pero eso no es todo, porque al término del curso, el viernes después del almuerzo, hubo una última excursión con cafelito en casa de Fernando Navarro.





Es imposible no sentirse parte de un todo y diría que hasta encontrar tu propósito después de unos días así de intensos. Cuántas cosas en la cabeza para escribir (como muestra este artículo después de tanto tiempo) y proyectos por empezar, porque como profesora he aprendido muchísimo tras conversaciones con los demás docentes y alumnas, sobre todo de los monólogos que se marcaron el jueves sobre distintas facetas de la traducción médica… y no solo. Desde el amor por las novelas negras y su relación con la medicina de Elena, pasando por un emotivo monólogo de Laura sobre el trastorno obsesivo-compulsivo, la importancia del saber para detectar enfermedades, de Carmen, de dónde viene lo de las cigüeñas que traen a los bebés de París, de Lucía, y muchas otras anécdotas e historias para el recuerdo. Porque sí, porque por si fuera poco, hubo hasta un concurso de monólogos a lo Famelab. Curiosamente, me di cuenta después de que he subtitulado varios de este tipo para una agencia. ¿Veis? Lo que os decía: todo está relacionado.
En definitiva, un curso inolvidable que deja huella en lo personal y lo profesional, y que no deberíais perderos si os apasiona la traducción médica y la divulgación científica. Atención a las redes de Fernando Navarro porque las plazas son limitadas y vuelan. Y es fácil ver por qué.
Por la parte que me toca, ha sido un verdadero honor participar en la edición de 2016 y la de este año. No sé si habrá una tercera ocasión, pero me guardo lo vivido en el corazón y lo atesoraré siempre. Gracias, Fernando, y gracias también a la Fundación Lilly, Cosnautas, Fundación Dr. Antoni Esteve y Tremédica por el patrocinio.